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Julio Caro Baroja
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JULIO CARO BAROJA, TIEMPOS Y CULTURAS EN EL PAÍS VASCO
El legado de Julio Caro Baroja
Jesús Azcona

Itzuli

I

"La rotura de la vida normal le había modificado de tal manera las perspectivas de las cosas y de las personas, que la vida suya, la de su padre y la de su familia, las encontraba distintas a como las había visto siempre".

Pío Baroja

La dama errante. Obras Completas, T. II, 1978, 323-324, Madrid, Biblioteca Nueva.

Este párrafo pertenece al penúltimo capítulo de la novela. Los dos últimos capítulos son breves. Pío traza unas pinceladas del tren que "rodaba, con un ritmo monótono, por el campo" hasta Lisboa, y del Clyde, el barco que había de conducirles, a María y a su padre, a Londres. En ellos no hay diálogos, ni disquisiciones, como acostumbra Pío. Sólo describe, y fugazmente, el estado de ánimo de María: la impaciencia por llegar al barco y la tranquilidad y seguridad al respirar el aire salobre. Mientras su padre hundido por el mareo permanece indiferente, María, en medio de las tinieblas de ese abismo caótico de agua y de sombra, no divisa nada, pero "respira como un hálito de vigor, de energía, al sentirse volar como una flecha en medio de la oscuridad y de las olas". No sabe qué le espera, pero todo es distinto a lo que hasta esos momentos había sido su vida. Incluso los incidentes del viaje hasta Portugal que tan largo e insufrible se le hiciera, " en pocos días tomaban la vaguedad de recuerdos lejanos, interrumpidos por impresiones de una extraordinaria viveza".

Pienso que Julio Caro Baroja, al menos por lo que dejó escrito, se halló, en muchas ocasiones, en una situación similar a la de María. Las roturas de la vida normal en su vida fueron muchas, como fueron también muchos los nuevos horizontes que se le abrían.

También pienso que a Julio Caro Baroja, al igual que a María, el horizonte aún sin contornos claros y definidos era más esperanzador que un pasado diáfano en el que cada cosa se hallaba donde debía estar y el hallarse donde debía devenía en una de las razones más convincentes de que todo, los individuos y las cosas, seguían un rumbo fijo, inexorable: el marcado por los dioses, por la ciencia o no se sabe por qué designios del destino o del azar.

Julio Caro Baroja es la imagen contrapuesta de quienes, antes y ahora, presentan al País Vasco y a sus habitantes, ya sea con un hálito singular y extraño, cuando no misterioso, ya sea despojándole de toda posible singularidad, cuando no hacen de la singularidad sinónimo de estulticia. Julio Caro Baroja es lo opuesto a quienes todo lo ven "blanco o negro", como escribiera el entonces rector de la UPV/EHU, Pello Salaburu, refiriéndose a los "muchos enemigos" que tuviera (1998, 11) y que yo extrapolo a quienes ven de esta guisa el País Vasco.

En algunos de sus escritos, Julio Caro Baroja encarna al intelectual que se mueve dentro de un "sí" pero "no" constante, como él mismo dejara constancia. "La contradicción, escribe, empieza dentro del círculo más importante, que es el familiar. Se repite luego en los otros. Se ve el sujeto (yo mismo en este caso) sometido a un "sí" pero "no" constante" (1986, 20). Pero en la mayoría de sus escritos referentes a las imágenes que otros se hicieran antaño del País Vasco y otros repiten en la actualidad no existen ni titubeos ni duda: el País Vasco y sus gentes se hallan distorsionados por intereses a veces no confesables, o confesables a medias.

Es cierto que, en lontananza, se dibujan, pienso, los perfiles de una visión que ahonda sus raíces en las experiencias vividas por los Baroja en el País vasco -la extrañeza de verse sumergidos en un mundo extraño y sentirse extraños y ser vistos como extraños produce un desarraigo crónico en el que el amor y el desamor llegan a convertirse en "estado natural", en algo que se acepta con la inevitabilidad del destino-, pero creo que tanto en Pío como en Julio el amor es mayor que el desamor, sobre todo si no se absolutiza lo que escribiera sobre algunos vascos.

En mi opinión, es desde la perspectiva del interés y de la preocupación sentida en torno a la realidad política, social y cultural del País Vasco desde donde tanto Pío como Julio intentan crear, fundar, su respectivas imágenes sobre él. Unas imágenes que se contraponen, en ambos casos, a las dominantes. De hecho, creo, ambos se enfrentan a una misma imagen, sólo que ésta se presenta con dos caras, como la diosa Jano o el Bobo de Otxagabia y los Baroja la atacan en los dos frentes. Pío crea una imagen del País Vasco habitada por los descendientes de Urtzi Thor (Azcona 2001). Julio denuncia el primitivismo en el que, siguiendo una antigua tradición, algunos habían sumido al País Vasco y pone las bases para construir una imagen moderna del mismo. Rompe esa imagen monolítica, la hace estallar en pedazos: en el País Vasco han existido muchos tiempos y muchas culturas, no sólo UN tiempo y UNA cultura como se había deducido partiendo del primitivismo y del aislamiento.

Frente a quienes consideran el País Vasco, a sus habitantes y a su cultura, como una realidad inmutable y monolítica, recubierta por la pátina de los primeros tiempos, la visión carobarojiana rompe con los moldes y los marcos que hombres de iglesia, algunos políticos y algunos literatos y académicos le habían encerrado

Rotos los marcos, aquellas formas pétreas que únicamente reflejaban la primitividad no solamente se ponen en movimiento, sino que reciben nombres distintos y significaciones nuevas. El País Vaco se ha formado desde antiguo con gentes provenientes de otros lugares y éstas han poseído visiones y percepciones distintas, distintas culturas, de acuerdo a los trabajos realizados y a las empresas emprendidas en los distintos y diferentes tiempos. También han poseído lo que hoy en día diríamos diferentes culturas políticas, no siempre únicas, aunque más homogéneas y sin tantos conflictos como en la actualidad.

El camino recorrido por Julio Caro Baroja para llegar a estas conclusiones fue, sin embargo, tan tortuoso y tan poco claro como lo fueran las vidas, las visiones y las percepciones de las gentes que habitaran el País Vasco. "El hombre se halla siempre en la encrucijada que es su propia vida", escribe. También se halló él en una situación tal.

En general, de Julio Caro Baroja se puede decir que le ocurrió lo mismo que a María, la dama errante: tras un período en el que todo le pareciera claro, las cosas y él mismo son vistos con contornos borrosos. Pero, como he dicho, esos contornos borrosos y poco definidos son más esperanzadores que los anteriores, ya que sólo en ellos cabe la posibilidad de crear algo nuevo. De quien posee la Verdad y todo lo ve claro, poco se puede esperar. "La gran verdad se convierte en una mentira", dejó escrito (1984, 22).



*****



II


"Al leer las páginas de este libro, tengo la sensación de descubrirme o redescubrirme. Por lo tanto, también de encontrarme con contradicciones íntimas, que creo son propias de los hombres, o por lo menos de los hombres pensantes. Este efecto me lo produce también la lectura de cosas que escribí hace años. En ellas, sin embargo, lo que encuentro sobre todo es discrepancias constantes con mi criterio actual".

Julio Caro Baroja. En, Flores Arroyuelo, Conversaciones en Itzea, 1991, 270. Madrid, Alianza

Julio Caro Baroja expresa un pensamiento similar en una entrevista a El Correo, unos años antes. "Ahora, dice, más que ser optimista o pesimista, lo que tengo es una sensación de incomprensibilidad, de sorpresa, de admiración. Me sorprende todo. Tengo una especie de tendencia a no comprender a pensar que el mundo, tanto en lo bueno como en lo malo, es ininteligible, y que nunca podremos llegar a abarcarlo" (1995).

Es en la última etapa de su vida cuando Julio Caro Baroja se sorprende de todo, incluida su propia vida. Al verse reflejado en el espejo de sus obras a Julio Caro Baroja le cuesta reconocerse en ellas. Ha escrito cientos y miles de páginas y no halla más que discrepancias constantes con lo que piensa al redactar esas líneas en 1991. Es el resultado, pienso, de quien después de haber andado y recorrido caminos anchos y vericuetos angostos -algunos de ellos, tal vez, no previstos y otros obligado por circunstancias de todo tipo- se ve en la mismidad, en la pequeñez de cualesquiera de los mortales.

A diferencia de otros que ven su imagen ampliada en lo escrito, Julio Caro Baroja descubre en sí mismo lo que había escrito de la vida en general: "la vida es una encrucijada" "llena de contradicciones" y no siempre uno toma el camino adecuado. Sólo después de haberlos recorrido, se puede agregar, se halla uno en condiciones de saber si eran o no los adecuados. En la vida, como escribiera Pío Baroja, sólo tras la acción se hace ésta evidente. "Sólo tras la acción, escribe, se hace ésta evidente aunque no se sepan las causas, las motivaciones y los sentidos que la hicieran posible" (en Azcona 201, 27).

Los Baroja encarnan, como he escrito en otro lugar, al homo tragicus, en el decir de Ramón Ramos. Una de sus consecuencias es la que acabo de apuntar y que acertadamente señala éste autor: "la tragedia proclama que no es lo que supuestamente se es antes de la acción lo que se objetiva y muestra en el mundo, sino al revés, la acción la que configura un mundo en el que, ya sobre lo hecho y acaecido, es posible saber quién y qué es uno mismo. Tal es su enseñanza y de ahí también la modestia autorial que induce, pues si algo pretende hacer palpable es que el hacedor que se descubre a sí mismo en lo hecho ha de concebirse también como un autor problemático que no puede reconducir a un molde prefijado, técnico, un mundo que se le escapa porque ya se le escapa sin más su propia acción" (en Azcona 2000, 10).

Estoy convencido que Julio Caro Baroja no hubiera aprobado lo que algunos dijeron en los glosarios casi hagiográficos de su obra y de su persona tras su fallecimiento. No creo que él se hubiera visto reconocido en muchos de los epítetos con los que algunos pretendían definir su obra y su persona: "honesto", de "espíritu libre", "desprendido de todo lo mundano y cargado de bondad", "humilde y que no hacía gala de su saber", "sabio y exquisito liberal y escéptico", "hombre de espíritu renacentista", "agnóstico que aprendió en la ciencia el sentido de la vida", "poseedor del espíritu imaginativo y creativo del mediterráneo", en fin, un hombre de "cálido afecto" y de "admirable humanismo". Como por contagio, estas sublimes cualidades se expanden, en opinión de sus hagiógrafos, a " la tierra de frutos constantes", a "la regata del Bidasoa, esa comarca de la montaña de Navarra recorrida por las sombras de Jaun de Alzate y Zalacaín el Aventurero", a la "villa foral (sic) Bera de Bidasoa" y a Navarra entera, "el grupo étnico mejor conocido de la península" gracias a él. (¡Qué cúmulo de barbaridades, de verdades a medias, de tergiversaciones y de interpretaciones interesadas!)

Tampoco estaba de acuerdo, me consta, de las interpretaciones que de su obra han hecho tirios y troyanos en el País Vasco y fuera de él. Todo un abanico de interpretaciones y de matices que dependen más del lugar en el que unos y otros se sitúan que del lugar en el que se hallaba Julio Caro Baroja y de las explicaciones que él da.

Para algunos, en concreto, las sombras de un rejuvenecido Neptuno disfrazado con los ropajes vaporosos e insinuantes del nacionalismo vasco les hacen interpretar a Julio Caro Baroja desde la luminosidad de un destino patrio que se pierde en los albores de la historia de España. Las interpretaciones institucionales del gobierno y los numerosos premios y honores que le conceden en la década de los ochenta, en mi opinión, convencían tanto o más a los que así lo interpretaban que al propio Julio Caro Baroja, puesto que él, por aquel entonces, ni los precisaba desde el punto de vista económico, ni tampoco desde el académico. " He escrito y he publicado de 1960 a 1980, escribe en Una vida en tres actos, más que en el resto de mi vida. Algo con cierto éxito, como mis memorias o el libro sobre las brujas. Algo me han traducido también y, en suma, la erudición me ha producido más satisfacciones que a otros (…) Ahora hay mucha gente que cree que el objetivo de la vida es ser popular. Yo, no. Y menos, popular a cierta edad y en ciertos medios. Hoy no son populares la mayor parte de las personas que he admirado más y sí lo son otras que me parecen de poco fuste o caracterizadas por un grosero disfraz y por su tendencia a la impostura" (1981).

Los hay, otros, que se sitúan en el lado opuesto. Aquellos que negando hasta el nombrarlo, dejan entrever que ni su obra ni su persona merecen ser tenidas en cuenta. Las voces prestadas a otros, al parecer, es la única prueba pero la más convincente de su errada trayectoria personal y académica. El silencio que éstos le hicieran en vida no hacía sino predecir el que le habría de sobrevenir después de su muerte, a pesar de que, en mi opinión, antes y ahora, era y es necesaria su voz para situar "los temas vascos", como le gustaba decir a él, en el lugar que les corresponde, independientemente de lo que piensen los primeros y los segundos.

Aunque algunos han tratado de presentar al País Vasco y a los vascos, por ejemplo, como si fuera una isla, una reserva natural, y otros como un reducto de anticuadas formas de vivir y de pensar, los temas vascos, escribe concretamente, "no pueden aclararse si no se coloca al país donde está, y al pueblo como a uno con rasgos muy acusado, en verdad, pero sin aquella especie de fisonomía de ser anómalo, raro y aun estrafalario, que le dan algunos; vascos entusiastas y algo ensimismados de una parte; antivascos ofendidos por la existencia de una lengua y costumbres que no son las suyas, de otra", Y agrega con ironía, pienso, teniendo en cuenta a unos y a otros: "el vasco no es una especie de ornitorrinco o de ser aislado en el concierto de los pueblos. Tampoco un humilde animal de granja producido en incubadoras y artefactos similares para este u otro fin"(1980, 2ª ed., 8).

Algo similar escribe al referirse a la tradición que recoge el nacionalismo incipiente y al papel que juegan en su reforzamiento la prensa y el estado centralista de antaño. "El nacionalismo recoge, escribe, de un modo sintético e intuitivo, más que analítico e histórico, la vieja tendencia teocrática ya apuntada en Larramendi, unida a la tesis igualitaria, en relación con el "pueblo". Un pueblo unido a Dios" (1981, 155). A ello contribuyeron, continúa en otras páginas más adelante del mismo ensayo, "la grosera intemperancia de la prensa española", antes (1981, 151) y luego "todos los representantes de concepciones centralistas del Estado y los ejecutores de sus órdenes. Hablar de "universalismo" frente a "particularismo" es una flor retórica marchita. Madrid, el Madrid burocrático de siempre no puede presumir de amplitud de miras de ningún orden, sino que más bien es la expresión de la pereza y ensimismamiento del "funcionario" como tal; ni se resuelve con juegos conceptuales una situación explosiva". Es como acaba Julio Caro Baroja el libro Los vascos y el mar, escrito en 1981 (1981, 159).

En la obra de Julio Caro Baroja hallamos, por supuesto, otras afirmaciones, algunas opuestas cuando no contradictorias, al menos en apariencia, pues no siempre elabora sus escritos ni partiendo de una problemática a elucidar, ni de una teoría y un método claramente definido. Como él mismo escribe en Los Baroja, "creo que para mí lo principal era ver, después oír, y, en tercer lugar, pensar un poco sobre determinados asuntos" (1972, 11). Y, pensar, hay que agregar, como él también escribe en las entrevistas con Emilio Temprano, sin una metodología elaborada. "Pensar que yo tengo una metodología única muy clara o muy elaborada es imposible, porque no la tengo ni la he tenido nunca", dice taxativamente (1985, 35)

Desde el punto de vista de las ciencias sociales la obra de Julio Caro Baroja discurre por cauces y meandros que raramente han sido los transitados por las disciplinas de las que se ocupara a lo largo de su vida. Por lo general, como queda dicho por él mismo, no ha tenido "una metodología elaborada" y cuando, en alguna ocasión emplea alguna, hay que corregirle, introduce pensamientos y aportaciones suyas o de otros que alteran las propuestas originales. Pienso, en concreto en la teoría y metodología de la Escuela Histórica de Viena que Julio Caro Baroja utiliza en algunas de sus obras a lo largo de su vida, casi desde los comienzos hasta los primeros años de la década de los setenta (Cfr. Azcona 1989, 300-304).

Uno de los ejemplos más ilustrativos del talante y de su quehacer antropológico lo hallamos en su obra, De la vida rural vasca. Vera de Bidasoa, escrita en 1944. Julio Caro Baroja concibe la investigación de Vera de Bidasoa sobre dos planos: (1) el plano formal y el contenido de la cultura, en este caso rural y,(2), el plano de la dimensión cronológica, esto es, la mayor o menor antigüedad de los elementos que componen esa cultura. Para este análisis, Julio Caro Baroja emplea criterios de autoridad en lo que se refiere a los temas elegidos y criterios de delimitación cronológica. Los criterios de autoridad vienen marcados por los predecesores que se han ocupado de temas vascos y los criterios de delimitación cronológica se fundamentan en la forma que adquieren determinados elementos en el correr de los tiempos, tal como lo había establecido la Escuela Histórica de Viena. La finalidad última no es extraer una idea del funcionamiento de Vera como sociedad, sino, tal como repite Julio Caro Baroja, hallar "algo más oculto y enigmático"cual es el nexo entre lo material, lo social y lo mental" (1974, 19). Esta finalidad última halla su fundamentación en la particular concepción de la cultura de la tradición alemana, en parte alterada por la Escuela Histórica de Viena.

Pero con respecto a esta obra, hay que decir algo más. Cuando Julio Caro Baroja la reedita en 1974, agrega unos comentarios en cursiva que, no solamente nos permiten diferenciar a simple vista los cambios introducidos, sino, lo que es más importante, constatar los cambios de visión que introduce treinta años después. Uno de los más significativos desde la perspectiva teórico-metodológica de la delimitación cronológica es el relativo a la forma de ciertos caseríos. Tras realizar estudios históricos que desconocía en 1944, Julio Caro Baroja dice, en síntesis, que la forma arcaica que poseen determinados caseríos no es debida a la fuerza de la tradición, sino a la situación económica de la época. Se trata de una afirmación, de un matiz que trastrueca y pone en tela de juicio la aplicación mecánica del criterio de la forma en su dimensión cronológica, pero no hace ningún comentario al respecto.

De la obra de Julio Caro Baroja, en su conjunto, creo que se puede afirmar que ésta no se halla en ningún momento cerrada, sin fisuras. Su obra se hace, se rehace y se transforma al igual como él vive y ese vivir le cambia la visión de las cosas y de sí mismo.

En mi opinión, y resumiendo y hasta simplificando su prolífica y, a veces, compleja y contradictoria obra, de ella se pueden extraer dos consideraciones principales: la primera se refiere al sentido de la vida en sí misma que paulatinamente va adquiriendo conforme pasa el tiempo y, la segunda, a la vida en sociedad, en general, y a la vida en sociedad en el País Vasco, en particular. Estas consideraciones aparecen nítidas y diáfanas en sus últimos escritos, pero ahondan sus raíces en temprana juventud y en su también temprana madurez. Ya a los 22 años, dice él mismo, pasó "de la confianza plena a la crítica y a la reserva" (1995, 582). Y cuando tenía 43 dejó escrito que, ya en aquél entonces, "veía el mundo desde la sepultura, considerándome yo mismo como un muerto" (1972, 11).

Julio Caro Baroja nos ha dejado sobre la vida unas reflexiones que rebasan las tareas de las disciplinas que cultivara y se adentran en lo más genuino de una de las corrientes del pensamiento occidental. Con ellas "cabalga", retomando la expresión que utilizara Merton al referirse a los grandes sociólogos que le precedieran, "a hombros de los gigantes": Demócrito, Epicuro, Nietzsche, Schopenhauer...Como he escrito en otro lugar, "golpeada su mente por lo que desea y por la contumacia y tesón con que persiste lo que desea y siente como terrible (la situación en el País Vasco), Julio Caro Baroja entrevé la posibilidad de vivir bien o, lo que viene a ser lo mismo, se pregunta por el sentido que posee vivir dedicado a tales afanes (las pugnas entre vascos sobre lo vasco) (Azcona 1998,80). "Por que para mí, escribe, en la vejez (y creo que a otros viejos les pasará lo mismo), en muchos órdenes de la vida el Bien y el Mal se presentan con unos contornos muy confusos y hasta contradictorios. ¿Es un bien vivir por vivir? ¿Es un mal total la muerte? ¿Qué es lo que debo desear? ¿Es deseable hoy lo que se ha deseado ayer? Con éstas muchas preguntas más" (1989, 76). Y, en el mismo trabajo, citando a Luciano de Samosata, escribe que "hay que vivir, en suma, como si la muerte estuviera presente a nuestros ojos" (1989, 63).

Julio Caro Baroja vive desde muy joven como si la muerte la tuviera delante, a la vista. Desde los 21 años, "la muerte ha sido luego para mí, escribe textualmente, la Muerte de los demás. En la mía no pienso tanto y a veces juzgo que no será cosa de demasiada importancia. No diré que la considere un Bien, pero, en casos, pienso en ella como algo que podría liberarme de ciertas molestias individuales y colectivas" (1995, 583).

La vida en sociedad y la vida en sociedad en el País Vasco particularmente suscitan en Julio Caro Baroja la repulsa del seguidismo a ciegas, de las creencias mal entendidas, del aborregamiento. No es que no amara a los vascos y a su tierra, aunque fuera un amor nostálgico y un tanto bucólico o de "amante herido", pero le horroriza lo que dicen y hacen "los vascos profesionales" y "confesionales". Sobre ellos dejó escritas las frases más duras y de mayor contundencia. Pensaba lo mismo de otros muchos en otras latitudes y en otras condiciones. "Si cuando era joven, escribe, por ejemplo, era un mal español y ahora que soy viejo resulta que soy un mal vasco o un mal catalán y esto me ocurre porque no quiero comulgar con ruedas de molino,¿A qué consulado tengo que ir para renovar mi pasaporte?" (1984,83. Julio Caro Baroja está pensando en aquellos que confunden la política con la religión, como lo atestigua la comparación que establece en el siguiente párrafo: "el vasco es una especie de signo de solidaridad, con el que se realizan unos "ritos" políticos, como en las religiones antiguas se realizaban determinados ritos religiosos con palabras misteriosas. El vasco "ritual" puede convertirse en algo paralelo al canto de los arvales o de los salios, que se cantaban en ocasiones solemnes por una cofradía; lo que menos era entender lo que se decía en ellos" (1984, 113). No seguir las "tradiciones piadosas, escribe en otro lugar, es siempre "gran traición, singular traición" (1984, 139).

Con estas afirmaciones, Julio Caro Baroja no cabalga sólo. Epicuro había escrito algo muy parecido y, además, lo había fundamentado. Dice Epicuro: "no es impío quien suprime los dioses de la mayoría, sino quien atribuye a los dioses las opiniones de la mayoría. Porque no son prenociones (prolépsis), sino falsas suposiciones (hypolépsis) los juicios de la mayoría sobre los dioses. De ahí que los más grandes daños y provechos vengan de los dioses; habituados por encima de todo a su propia excelencia, acogen a los que se les asemejan, y a los que no son así los tienen por extraños" (en Lledó 1984, 74).

Existe, sin duda, en algunos de los escritos de julio Caro Baroja una cierta fobia recóndita a la situación actual, autonómica, del País Vasco que, en mi opinión, se sustenta, por lado, en la imagen idealizada del pasado y, por otro, en la frustración que experimenta por el hecho de que no se le hiciera demasiado caso o, tal vez, mejor dicho, el caso que él hubiera deseado. No sé. Tengo la impresión de que en esto se equiparó con su tío Pío, ya que, en su opinión, todos sus esfuerzos por crear una imagen distinta del país y de sus gentes habrían sido esfuerzos vanos (1995, 580). Yo no sé, como he dicho, si Julio Caro Baroja pensaba así de lo realizado por él. Lo que sí sé es que el conflicto y la pugna entre "grandes verdades" continúan no sólo no reflejando la vida, sino ensombreciéndola, cuando no abortándola. Por lo que dejó escrito sobre este particular, sí creo que tenía más que razones suficientes para sentirse frustrado.



*****



III


"Ahora mismo, con lo de las autonomías se está viendo que bastantes autonomistas quieren resaltar un elemento del pasado global de su país, y los demás elementos les tienen sin cuidado (...) ¿Qué hacen? Coger del pasado un elemento, inflarlo, y con eso elaborar toda una interpretación histórica. Es lo mismo que hacen los vascos cuando quieren enchufar la prehistoria con los aldeanos actuales, y cargarse todo el resto de la realidad que ha pasado".

Emilio Temprano y Julio Caro Baroja

Disquisiciones antropológicas, 1985, 83 y 84. Madrid, Istmo

Julio Caro Baroja responde así, en síntesis, a la pregunta de Emilio Temprano de si no cree que "muchas gentes de la vida pública española" lo que hacen es "resaltar un aspecto y elucubrar sobre él". Julio Caro Baroja insiste "en que éste es un ejercicio de pura retórica, pero que a la gente le gusta más que tener que buscar una imagen compuesta y compleja..."

Que el Estado de las autonomías ha dado origen a un gran número de trabajos y de iniciativas tendentes a resaltar las peculiaridades históricas en algunos casos, en otros a inventarse tradiciones populares, a escudriñar en productos con el "label de calidad" que el grupo se los apropia para reconocerse en ellos, es algo de todos conocido y más por los antropólogos, algunos de los cuales han realizado tales trabajos.

Lo ocurrido en el País Vasco no es exactamente eso, pero tiene que ver con él. En el País Vasco no ha hecho falta inventar gran cosa puesto que hace ya muchos años se había inventado lo principal: la imagen primitiva del País Vasco y de sus habitantes. Toda una larga tradición que, en opinión de Julio Caro Baroja, se remonta al Padre Larramendi, pero que se fragua de forma particular en los siglos XVIII y XIX. Como en el resto del Estado español, pero con más éxito en el País Vasco, los aldeanos, los baserritarrak se erigen en protagonistas de su historia sepultando en las profundidades del abismo del olvido toda otra posible interpretación y aquellos acontecimientos que podrían avalarla. Campesinos, labriegos y pastores, con su cultura cotidiana interpretada teológicamente, se convierten en la historia y en la cultura del País Vasco; ellos son su historia y su cultura.

A Julio Caro Baroja no le cabe la menor duda cuando escribe sobre este particular. La visión primitiva del País Vasco es obra de clérigos. Ésta responde a "un ideal". El "elemento vasco recóndito que ha vivido siempre (...) en un mundo de arcaísmo y de primigeneidad" se opone, "cuando se crea, al elemento más conocido, aristocrático o seudoaristocrático que es el que da la tónica a ciertas disciplinas" (1974, 67-68). Frente a la situación de hambrunas, a "la situación crítica que pasó el país en aquel momento", en el siglo XVIII (1974, 69), los clérigos erigen a los campesinos y su visión como un instrumento de lucha. Por ello escribe Julio Caro Baroja que "su visión del país es nueva, profunda desde el punto de vista social", aunque "poco de fiar como "reconstrucción del pasado".

La causa de la perpetuación de esta imagen continúa siendo la misma en el siglo siguiente. En palabras de Julio Caro Baroja, "toda la serie de desgracias enormes que se acumulan desde 1793 a 1876" (1974, 69). Contra lo que muchos creen, es un pasado cercano y no remoto el "que gravita sobre la conciencia nuestra, la de nuestros padres y la de nuestros abuelos". Es este pasado cercano "el que nos ha dado unos rasgos específicos en el mundo actual" (1974, 69-70), ningún otro.

Es en esta línea de interpretación creo que es interpretable lo que acaece con esta visión a finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX.

Unida casi siempre en defensa de la familia troncal y en los supuestos valores que ésta encarna, la visión de la cultura vasca primitiva quiere servir de bálsamo y de instrumento para reformar la sociedad, para acomodar la sociedad tradicional a los nuevos tiempos. Aita Barandiará, Telesforo de Aranzadi y otros la habrían de remontar al neolítico con la ayuda de la Escuela Histórica de Viena, pero cumpliendo una función social muy similar: la de servir de cohesión social en un momento en el que comienzan a darse simultáneamente un cambio de valores y una cada vez más lacerante desigualdad social.

Lo que puede paliar ambos efectos, piensan, es una cultura antiquísima pero cristianizada o, lo que es lo mismo, transida de un humanismo, un gizabide, muy próximo al del cristianismo. El mundo mental de los hombres de esta cultura neolítica que ha llegado hasta nuestros días y que, en opinión de estos autores, la encarnan los baserritarrak, es un mundo espiritual y es ese mundo espiritual, vienen a decir, el que necesita la nueva sociedad. Antes de que todo se materialice o, mejor dicho, para que no quede reducida a materia y se patenticen los conflictos de clase, es necesario el soplo vivificador del espíritu: de los valores de la caridad, de la solidaridad, de la cooperación en las necesidades y del amor y del afecto mutuos...tal como lo manifiestan, de acuerdo con las interpretaciones que realizan estos autores, la familia troncal, el conjunto de familias de la auzoa y, en general, la sociedad tradicional, la vigente antes de la nueva ley testamentaria francesa y de la industrialización, como lo afirma taxativamente el alegato en defensa del foyer basque del Padre Lhande, escrito en 1908. Como escribe Pablo Antoñana refiriéndose a aquella sociedad de ricos y de pobres existente en Tierraestella hasta bien entrados los años cincuenta, "lo religioso y sus prácticas servían de cohesión social, pegamin unificador, suavizador de tensiones, la resignación virtud, mérito y freno" (1998, 11).

Es más que probable que Julio Caro Baroja no compartiera esta visión desde muy joven, aunque a solicitud de su tío Pío trabajara algunos veranos con Aranzadi y Barandiarán y, como él mismo dejara escrito refiriéndose expresamente a Barandiarán. "en una cueva poleolítica de Vizcaya y de boca de un sacerdote católico vasco salía más materia universitaria que de las aulas madrileñas", excepción hecha, agrega, de los años en las que asistió a las mismas (1934-1936) y recibiera las enseñanzas de Hugo Obermaier (1972, 237). Si, como el propio Julio Caro Baroja escribe años más tarde, fue la lectura de Jaun de Alzate la que marcara su "vocación por la Etnografía vasca" (1986, 117), difícilmente podría estarlo. Son dos visiones antagónicas, aunque ambas se refieran al "estado natural y primitivo" de los habitantes del país, como escribe Pío Baroja en su libro (1922, 11).

Sea cual fuere su visión en aquellos años, lo cierto es que Julio Caro Baroja no realiza aportaciones de importancia sobre el particular hasta 1973. Es en este año y a partir de este año cuando elabora su (nueva) visión y cuando arremete contra prácticamente todo o casi todo lo realizado por las ciencias sociales en y sobre el País Vasco.

Por primera vez, que yo sepa, escribe sin tapujos. No deja de ser llamativo que lo haga recopilando antiguos escritos y presentándolos en formato de libro, cuando algunos de sus trabajos no difieren mucho de los que critica. Tampoco deja de llamar la atención el que algunos de ellos se los dedique "A Don José Miguel de Barandiarán, como recuerdo de una amistad de cuarenta y cuatro años", pero lo cierto es que a partir de esta fecha mucho de lo realizado por Julio Caro Baroja toma un rumbo nuevo, al mismo tiempo que se produce un distanciamiento de lo que otros han hecho, incluido Barandiarán.

En ocasiones, Julio Caro Baroja no puede ser más contundente y más lapidario. En otras es más suave, pero también en éstas se muestra la firmeza de que es necesario un nuevo rumbo, "nuevas síntesis o nuevos descubrimientos, más que andar revolviendo escritos con datos e ideas antiguos" (1980, 8). "Dejemos el "adanismo", el "tubalismo", el primitivismo a un lado, escribe, por ejemplo en el prólogo al libro Sobre la religión y el calendario del pueblo vasco. Dejemos el cliché del "perfecto aislamiento" que explica fácil pero engañosamente la conservación de una lengua, que, sin duda, es lo más peculiar del vasco" (1980, 8). Y sobre el método histórico-cultural en el que se basan algunos antropólogos a partir de comienzos del siglo escribe la siguiente: "todos los razonamientos de tipo histórico-cultural que se han lanzado aquí y allá, con intención explicativa, quiebran por deficiencias que les dio ser" (1974, 11). Enjuiciando la labor realizada por Barandiarán es más suave, pero se patentiza la misma firmeza, el mismo rechazo. " "En el País Vasco, leemos en 1985, Barandiarán dio unas ideas sobre la imagen del mundo del campesino vasco, pero se quedó con lo que le parecían los rasgos más primitivos y más arcaizantes, y otros rasgos, que puede haber, no los mencionó"(1985, 106).

Lo que Julio Caro Baroja no dijo de Barandiarán es que el tratamiento metodológico de esos datos así recogidos es más que insuficiente, cuando no erróneo, puesto que, en ocasiones, utiliza el método histórico-cultural, en otras la psicologizante interpretación de Wilhelm Wundt y como argumento de algunas de sus tesis principales - la perduración de la cultura vasca neolítica entre los baserritarrak- la doctrina de los círculos culturales desarrollada por Leo Frobenius, la cual, entre otras cosas, era capaz de establecer por los criterios de la forma y de la cantidad el parentesco de la cultura prehistórica con la actual. Como el propio Barandiarán lo reconoce, la idea le llegó vía un portugués que la había aplicado ¡ dios sabe dónde¡.

La andadura intelectual de Julio Caro Baroja a partir de estas fechas es la más sugerente, la que más apunta hacia una nueva forma de considerar la antropología, en general, y los temas vascos, en particular.

Frente a la imagen unitaria, monolítica e incluso críptica de la cultura vasca que había dominado hasta esas fechas en la antropología de y sobre el País Vasco, Julio Caro Baroja insiste en la visión contraria y en los peligros que entraña el "desprecio absoluto" "a la noción del tiempo" (1974,8). Frente a "simplificaciones inadmisibles" (1984,24), Julio Caro Baroja apunta una y otra vez su calidoscópica visión de la realidad social y cultural de las gentes que habitaran el País Vasco: siempre distintas según los tiempos y los territorios.

Las bases para esta visión las halla Julio Caro Baroja en las obras del biólogo alemán J. Von Üxküll (1864-1944). Julio Caro Baroja no se plantea los problemas teóricos ni metodológicos que conlleva la aplicación del mundo animal tal como lo concibe von Üxküll al mundo humano. Tampoco se preocupa por las implicaciones ético-morales. Julio Caro Baroja sólo hace algunas consideraciones para su propósito: presentar una nueva visión sobre el País Vasco y sus gentes. Aunque en las ciencias sociales y en sus variantes teóricas se oculta un "deber ser", un determinado modelo de sociedad, los intelectuales, pensando que hacen ciencia pura, cuando en la mayoría de los casos no la hacen, tienden a no entrar en el debate obviando una parte importante del debate social. Tampoco lo hace Julio Caro Baroja. Él es un pragmático, aunque no lo parezca, y lo que le interesa es el resultado. Que otros juzguen sus implicaciones en otros planos, parece desprenderse de sus consideraciones, cuando seguro que sabía que nadie lo iba a hacer.

Bueno, lo voy a intentar yo, aunque sea de forma somera. La aplicación de la teoría de von Üxküll a la cultura implica y significa ni más ni menos que la entrada de un pensamiento histórico-individualístico donde antes no existía sino una realidad "objetiva" que llevaba su propia vida independientemente de la de los individuos. Dicho de otra forma, aunque no tan precisa: la cultura se hace patrimonio de los distintos grupos de individuos y no de una colectividad abstracta y genérica, al estilo del dios-sociedad durkheimniano.

Desde este punto de vista, para Julio Caro Baroja la cultura es algo dinámico, complejo, como la vida misma. De ahí que le interese estudiar, como él mismo escribe, "las distintas medidas, propias de cada hombre, y las contradicciones que cada hombre o grupo de hombres puede presentar frente a otro u otros: en una misma Sociedad, con esto que se dice ser una misma Cultura" (1986, 12).

Percepción, afectos, vivencias, tiempo…son siempre distintos de acuerdo con el "ambiente" en que viven los distintos grupos de hombres en los diferentes tiempos y épocas también distintas.

Para Julio Caro Baroja, los distintos "hechos fundamentales" -a partir de los cuales se han organizado las sociedades y los individuos han percibido su mundo y le han otorgado una significación específica- no pueden ser considerados completamente cerrados, omniabarcantes y sin fisuras, puesto que siempre cabe la posibilidad de que algunos individuos o grupos de individuos lo perciban de distinta forma y le otorguen una significación también distinta.

Es así como Julio Caro Baroja concibe, en mi opinión, los distintos "hechos fundamentales" que jalonan la historia del País Vasco, lo que él llama ciclos, aunque sobre el particular no fuera tan explícito y se quedara casi siempre en el nivel de lo que habría que hacer para conocer en profundidad cada uno de ellos. Pese a que en todos ellos "todos tendrán intereses económicos que defender", escribe, por ejemplo, todos los habrán defendido "ante elementos significativos distintos, en épocas distintas y en generaciones distintas" (1974, 32).

Lo que Julio Caro Baroja insinúa es que en la historia pasada del País Vasco no solamente han existido diferentes culturas, sino incluso han podido existir varias dentro de un mismo "ciclo" histórico, como ocurre en el momento actual, el cual es caracterizado por Julio Caro Baroja como el "de un polimorfismo absoluto", en plena lucha de fuerzas encontradas" (1983,30).

En mi opinión dos son las conclusiones que extrae Julio Caro Baroja tras esta larga pugna con las imágenes y estereotipos dominantes en y sobre el País Vasco. Las dos las hallamos, in nuce, en el libro ya antiguo, Los vascos, publicado en 1949.

La primera la puede sintetizar el siguiente párrafo: ""o es posible explicarse los caracteres actuales del pueblo vasco, ni los que tenían inmediatamente anterior al nuestro, por un fantasmagórico "espíritu tradicional", que nos retrotraería a una edad "originaria, según pretendían no sólo escritores románticos, como Chaho, sino también ciertos investigadores más severos, influidos por la doctrina inglesa de los "survivals" o supervivencias" (1971, 379).

La segunda se refiere a la coexistencia en el País Vasco de tradición y modernidad. En la visión carobarojiana lo nuevo y lo antiguo, la tradición y la modernidad coexisten dentro de unas mismas formas de vida. Sólo lo antiguo y la tradición por no existir no existen ni allá donde "investigadores con temperamento romántico" habían creído ver "un fiel reflejo de épocas primitivas y paradisíacas", el caserío. Este ofrece "rasgos muy modernos al lado de otros antiquísimos" (1971, 133-134). Lo mismo se puede decir de los pastores, otras de las formas de vida en las que se ha hecho encarnar el primitivismo y la cultura vasca.. "La organización de éstos ha tenido que cambiar, por fuerza, a través de los siglos, hasta adoptar los caracteres que ofrece hoy" (1971, 158).

En los últimos años Julio Caro Baroja considera el maridaje de tradición y modernidad como "la gran tragedia del pueblo vasco" (1981, 137). Personalmente creo que Julio Caro Baroja se equivoca al calificar este maridaje de trágico. Es posible que también se haya equivocado sobre otras cuestiones. La ciencia encubre más que desvela las preocupaciones estrictamente políticas de lo que se presenta como estrictamente científico. De lo que no tengo duda yo personalmente es que el País Vasco, ayer como hoy, expresado metafóricamente, es un mosaico construido con las más variadas piezas y con las argamasas más diversas. Es un calidoscopio que tirios y troyanos intentan reconstruir separando las piezas, sin darse cuenta que con ello se destroza, que no es posible volver a construir nada original, porque la originalidad se halla en la forma en que unas y otras se mezclan y se entremezclan.

JESÚS AZCONA MAULEÓN (Arróniz-Navarra) es Dr. En Antropología por la Universidad de Friburgo (Suiza). Catedrático de Antropología Social (Universidad del País Vasco). Coordinador de la Cátedra Baroja de la Universidad del País Vasco. Ha trabajado sobre etnicidad y nacionalismo, historia de la antropología y procesos internos de colonización. El tema de la cultura forma parte central de su reflexión antropológica tanto en lo referido a su dimensión analítica, a los distintos niveles teóricos de reflexión, como, sobre todo, con relación a los procesos de construcción de grupos e identidades en los cuales la cultura es el eje central. En la actualidad estudia la construcción de límites sociales. Entre sus publicaciones destacar: Para Comprender la Antropología I. La historia, Para Comprender la Antropología. II La cultura, Teoría y Práctica en Antropología Social, Etnia y nacionalismo vasco, Mantener la identidad, Los vascos del río carabelas, "Memoria y Creatividad" en Memoría y Creatividad (dir.). I Jornadas Barojianas, "To be Basque and to Live in Basque Country: The Inequalities of Difference" en Democracy and Ethnography. Constructing Identities in Multicultural Liberal States.

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