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Domingo, 24 de noviembre de 2024
Julio Caro Baroja
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PRESENTACIÓN DE JULIO CARO BAROJA

Por los territorios de Julio Caro Baroja

La vida y la obra de Julio Caro Baroja se enreda en un espacio familiar, político, académico y social desde que un 13 de noviembre de 1914 naciera en Madrid. A caballo entre un siglo XIX que no acaba de desaparecer hasta bien entrado el XX y un siglo que en sus últimas décadas presagiaba un porvenir construido sobre el olvido del pasado y la incertidumbre del futuro, la vida y la obra de Julio Caro Baroja es, en gran parte, reflejo y hechura al mismo tiempo de esta situación.

Espectador y actor simultáneamente, J. Caro Baroja no sólo describe lo que ve y escucha a su alrededor y lo que investiga del pasado, sino también lo que él mismo siente y piensa sobre el sentir. El espectador-actor es un ser que él mismo se atrapa, se encierra y se ata con sus propias ligaduras internas y también es maniatado, encordonado, desde el exterior: sobre todo por quienes creyéndose sólo actores, son incapaces de contemplar el papel que desempeñan en la obra que representan. El resultado final, a la postre, no puede ser otro que el cansancio, el descorazonamiento, una amargura bañada de ironía o un humor "que mueve a la reflexión antes que a la risa", como escribe J.Mª Romera del humor de Pío. En el fondo, un escepticismo sobre todo y sobre todos, incluida su propia vida y su propia obra.

Es cierto que ese escepticismo se acentúa a partir de la década de los ochenta y que cobra su máxima amplitud y profundidad en sus últimos escritos, pero éste se halla presente en, prácticamente, toda su obra. Como él mismo dejó escrito, a los 22 años pasó de la confianza plena a la crítica y a la reserva. Esta actitud, si no le llevó a ser considerado un hombre bronco y malhumorado, como ocurriera con su tío Pío, sí hizo que muchos le considerasen raro, esquivo y descontento de todo cuanto se hacía en España, en general, pero particularmente de todo cuanto sucedía, se planificaba y se pensaba en el País Vasco.

Ciertamente que en la obra de Julio Caro Baroja hay escritos sobre los que algunos se regocijan y otros se enrabietan, de acuerdo con el bando en el que se hallan atrincherados, pero, en contra de lo que algunos piensan, vivir y escribir no son actos separados. El escribir tiene que ver más con el vivir que con el representar. También el conocimiento tiene que ver más con cómo se vive la vida que con la erudición, el arreglo de citas y el tapamiento de la pasión con artilugios que brinda la ciencia. La vida, como el conocimiento, se hallan entretejidos de ilusiones. Es precisamente lo que permite la comunicación y el intercambio.

Es precisamente la "crítica" y la "reserva" con la que Julio Caro Baroja vive cuanto le rodea, lo que posibilita imaginar y descubrir lo que otros son incapaces de imaginar y describir. La paradoja de la imaginación consiste en alejarse de la realidad ordinaria para penetrarla más profundamente, para llegar a tocar sus entrañas y "habitar allí en el sentido más fuerte de la palabra", tal como opina Ricoeur.

En la obra de Julio Caro Baroja se halla, a veces dispersa, es cierto, mucha imaginación. Destellos de ilusión que él proyecta sobre el pasado y sobre el tiempo que le tocó vivir. También formas y posibilidades de escapar de las redes que tienden a los individuos las sociedades y los grupos.

El dolor de "darse cuenta", ese "dolor aceptado, humano y, aunque desgarrado, sereno; el dolor de conciencia" tal como Nelken escribe en 1918 sintetizando la visión de Pío sobre la ciencia, es el que posibilita a Julio entrever una imagen de la realidad social en general, y una visión del tiempo y de la cultura, en particular, que se adelanta varias décadas. "Un mundo que acaso no existió de veras, más que en unas cuantas conciencias", como escribe en 1981, pero que puede pasar de la imaginación a la realidad en un futuro no tan lejano.

En los nuevos tiempos que vivimos, a todos nos puede ocurrir lo que le ocurriera a María, la dama errante de Pío. Mientras su padre hundido por el mareo permanece indiferente, María, en medio de las tinieblas de ese abismo caótico de agua y de sombra, no divisa nada, pero "respira como un hálito de vigor, de energía, al sentirse volar como una flecha en medio de la oscuridad y de las olas". No sabe qué le espera, pero todo es distinto a lo que hasta esos momentos había sido su vida. Y es que "la rotura de la vida normal le había modificado de tal manera las perspectivas de las cosas y de las personas, que la vida suya, la de su padre y la de su familia, las encontraba distintas a como las había visto siempre".


Jesús Azcona

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