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Viernes, 29 de marzo de 2024
Julio Caro Baroja
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JULIO CARO BAROJA, LA MEMORIA DEL HOMBRE PÚBLICO
Ander Gurrutxaga Abad

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El legado intelectual de D. Julio Caro Baroja nos recuerda que la memoria del hombre público es selectiva y que cuando, como sucede a veces, los seres humanos desarrollan cierto disgusto hacia la época en la que viven, y aman y admiran algún período pasado con una devoción tan incondicional que está claro que, si tuvieran ocasión de ello, desearían estar vivos entonces y no ahora tendemos a acusarles de "escapismo", de nostálgicos, de falta de pragmatismo; desechamos sus esfuerzos como si éstos no quisieran sino "invertir el reloj" o ignorar el movimiento de la historia.

Los grandes pensadores y , en general, todos los grandes hombres han expresado e influido a la vez con sus obras en las actitudes humanas frente al mundo. Las actitudes científicas, religiosas o metafísicas, han modificado el sentido de las cosas, indicándonos lo que es importante o admirable pero también aquello que es trivial o frívolo. Pero, los grandes hombres- aquellos que trascienden su tiempo histórico- nos han enseñado otras muchas cosas. Nos han enseñado, por ejemplo, que al tratar de adquirir conocimientos sobre el mundo, externo o interno, advertimos y describimos sólo alguna características del mismo, las que son, por decirlo de alguna manera, públicas, que atraen la atención sobre ellos debido a algún interés específico que tienen en investigarlos, debido a nuestras necesidades prácticas o a nuestros intereses teóricos. Percibimos que progresamos en el conocimiento en tanto que descubrimos algunos hechos y muchas relaciones, hasta entonces desconocidas, en particular cuando éstas resultan ser relevantes para nuestros propósitos principales, para la supervivencia y todos los recursos que comporta, para nuestra felicidad o la satisfacción de las diversas y contrapuestas necesidades que determinan que los seres humanos hagan lo que hacen y sean como son.

El hombre público es un ser de su tiempo. Vive los compromisos con su contexto histórico y lo hace de múltiples formas. Julio Caro Baroja lo expresaba con rotundidad cuando en el prólogo al texto titulado el "Laberinto Vasco" se expresa de la siguiente manera " los estudios y artículos reunidos en éste volumen han sido escritos al calor de los acontecimientos. La vida pública, la situación política, han dado motivo a la composición de algunos, que fueron redactados caso " por encargo". Otros surgieron de mi mente atribulada y entristecida. No podrá buscarse en el libro ni alegría por el presente, ni motivo de esperanza mayor para el futuro. Su autor lo sabe y no le chocará que sea objeto de la repulsa de muchos, que quieren seguir viviendo con ilusiones. Ahora bien, querer tener y tener ilusiones es legítimo. Lo que se puede discutir es aquello en que ciframos la ilusión. Porque si la ponemos en algo que la experiencia demuestra que es más que problemático que exista o pueda existir nos estrellaremos. Esto no es lo peor. Lo peor es que estrellaremos a los demás.

Sin embargo- continúa diciendo- el hombre con fe e ilusiones es considerado siempre bueno y generoso y el desilusionado o falto de fe, flojo y mezquino. Muy bien. Esto va condicionado por el modo de "comulgar". Unos comulgan ortodoxamente y les va bien. Otros comulgan con ruedas de molino y así les va... y así nos va."

Esta cita nos pone en el buen camino para comprender el papel que D. Julio atribuye al hombre público. Este es un "desvelador", es un lector de trastiendas, es alguien capaz de ver porque su mirada observa, disecciona, busca, escudriña y encuentra. Julio Caro no olvida lo que escribiera un autor tan admirable como Isaiah Berlin " ser racional en cualquier ámbito, revelar buen juicio en él, es aplicar esos métodos que han demostrado funcionar mejor en él. Lo que es racional en un científico es, por tanto, muchas veces utópico en un historiador o en un político ( es decir, falla sistemáticamente en obtener el resultado deseado ), y viceversa. Esta paradoja pragmática encierra consecuencias que no todo el mundo está dispuesto a aceptar ¿Deberían ser los gobernantes científicos? ¿Deberían estar los científicos instalados en el poder, como querían Platón, Saint-Simon o H.G. Wells".

El personaje que homenajeamos es consciente de la respuesta que da a la pregunta sobre la desconfianza que la política genera- de forma habitual- entre los intelectuales y la incapacidad de estos segundos para "hacer política". La conclusión a la que se asoma es evidente; ser un hombre público no es lo mismo que ser un hombre político. Es como si D.Julio Caro hubiera leído a Isaiah Berlin cuando decía " la mayor parte de la desconfianza hacia los intelectuales en la política surge de la creencia, no del todo falsa, de que debido al deseo de ver la vida de alguna manera simple, simétrica, ponen demasiada esperanza en los resultados beneficiosos derivados de aplicar directamente a la vida conclusiones obtenidas mediante operaciones en una esfera teórica. Mientras no haya ninguna ciencia de la política a la vista, los intentos de sustituir el juicio individual por una ciencia espuria no llevan sólo al fracaso, y, a veces, a grandes desastres, sino que también desacreditan a las ciencias reales, y socavan la fe en la razón humana".

El sentido de lo público de D. Julio Caro poco tiene que ver con el propuesto por el "héroe weberiano" en la célebre definición de que es la política. Diría más, nada más lejos de la realidad. Las características del político de Max Weber, es aquél al que le correspondía " una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer eso no sólo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno no lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo- dice Weber- quién está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él ofrece; sólo quién frente a todo esto es capaz de responder con un " sin embargo" ; tiene vocación para la política".

El hombre público sabe que sus juicios no son "sólo" privados, sabe que sus opiniones penetran las costras de la sociedad, sabe que sus secretos sólo lo son si son fábulas compartidas. Pero el hombre público no se parece a Eduardo Avinareta- aquél confabulador de lo imposible que tan bien supo retratar Pío Baroja- sino al que sabe esperar aunque tema que el futuro le defraude y se haya jurado no dejarse engañar más. La actitud del hombre público en nuestro presente tiene seguramente más que ver con la de aquél otro que como describe Finkielkraut tiene que encarar un tiempo donde "obtusas identidades, en efecto, ocupan el escenario, y no doctrinas, principios o programas. Lo universal desaparece en beneficio de lo singular, lo conceptual en beneficio de lo contingente y la hermosa inteligibilidad del sentido acaba destronada por un galimatías totalmente aleatorio".

Pero el hombre público tampoco puede olvidar el peligro que representa aquello que dejara escrito Montaigne y es que " quienes se ocupan de examinar los actos humanos en nada hallan tanta dificultad como en reconstruirlos y someterlos al mismo punto de vista; pues contradícense, por lo general, de manera tan asombrosa que parece imposible que hayan salido del mismo magín".

El hombre público es alguien que aspira a comprender su tiempo, es alguien que quiere trascender el estado de cosas, pero es alguien consciente que a la verdad y al buen juicio se llega, casi siempre, por caminos tortuosos y no pueden confundirse ni los caminos con las veredas ni el desvelamiento con la impostura.

En su célebre conferencia " La Ciencia como vocación", Max Weber recordaba con mucho vigor que las ideas siempre derivan de un hecho " el de que la vida, en la medida en que descansa en sí misma y se comprende por sí misma, no conoce sino esa eterna lucha entre dioses. O dicho sin imágenes, la imposibilidad de unificar los distintos puntos de vista que, en último término, pueden tenerse sobre la vida y, en consecuencia, la imposibilidad de resolver la lucha entre ellos y la necesidad de optar por uno u otro. La ciencia no es hoy un don de visionarios y profetas que distribuyen bendiciones y revelaciones". El final de esta conferencia del pensador alemán creo que puede ser también un magnífico final para este escrito. Dice así , " la situación de todos aquellos que hoy esperan nuevos profetas y salvadores es la misma que resuena en esa bella canción del centinela edomita, de la época del exilio, recogida en las profecías de Isaías:

" Centinela, ¿ cuánto durará la noche aún?

El centinela responde : " La mañana ha de venir, pero es noche aún. Si queréis preguntar, volved otra vez".

Saquemos de este ejemplo la lección que nos propone Weber y que yo no dudo que D. Julio Caro firmaría " no basta con esperar y anhelar. Hay que hacer algo más. Hay que ponerse al trabajo y responder, como hombre y como profesional, a las exigencias de cada día. Esto es simple y sencillo si cada cual encuentra el demonio que maneja los hilos de su vida y le presta obediencia". Esta es la misión del hombre público; situarse entre Dios y el Diablo. Casi nada.

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